EPÍLOGO

 

 “IGLESIA, SÉ COMO MARÍA”. “MADRE, SI FUÉRAMOS COMO TÚ”.

 

¡Y como era María!

 

Nadie mejor que el “Padre Apostólico”[1] San Ignacio de Antioquía, que la describió así:

 

“María, hizo siempre suyas todas las miserias humanas: sentía como propios los dolores de los enfermos, las torturas de los que sufrían, las privaciones de los pobres y el desamparo de las viudas y de los huérfanos. A pesar de amar entrañablemente el retiro, en el cual permanecía en íntima comunicación con su Amado, no dudaba en abandonarlo cuando el dolor y la desgracia la llamaban junto a los infelices o los afligidos. Cada queja o lamento ajeno arrancaba a su pecho un suspiro de compasión y las lágrimas de los demás llenaban también de llanto los ojos de aquella Madre incomparable de la gran familia humana: ni siquiera los mismos enemigos de su Divino Hijo se sintieron jamás excluidos de maternal compasión y favor”.

 

Antes de concluir esta pequeña obra de recopilación, que la Virgen ha precedido y el Espíritu Santo ha iluminado, ruego al Altísimo que bendiga a todos aquellos que lean este libro, y les conceda la gracia de amar y servir a nuestra excelsa Madre.

 

Que sea Ella quien nos conduzca de un modo seguro a Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Que unidos podamos exclamar y repetir las inspiradísimas palabras de San Bernardo, de que verdaderamente nos ha robado el corazón, la “robadora de corazones” (Cfr. el texto completo en la Pág 140). “¡Que Ella no se aleje nunca de nuestro espíritu! ¡Que ella no se aleje nunca de nuestra lengua!”.

 

También de mi parte, repetiré las mismas palabras que dijo San Bernardino de Siena:

 

“Ya que hemos tratado de publicar tus alabanzas, te suplicamos Madre Bondadosa que suplas nuestra insuficiencia, perdones nuestros atrevimientos al tratar de explicar tus bondades, nos aceptes como hijos tuyos y bendigas nuestros trabajos por hacerte conocer  y amar”.

 

Finalmente deseo terminar este libro con una oración de Kiko Argüello, fundador de las comunidades neocatecumenales. Dios y la Virgen, nos han concedido la gracia de que junto con mi esposa e hijos, formemos parte de ellas, desde hace más de dos décadas:

 

“Te bendecimos a ti, Virgen María, tú que eres nuestra Madre. Tu Hijo amado desde la Cruz nos confió a ti diciendo al discípulo que amaba (que es imagen de los discípulos, de todos nosotros): “he aquí a tu Madre”.

 

Tú que eres nuestra Madre espiritual, Virgen María, te suplicamos que nos ayudes a todos los que estamos aquí. Di sobre todos nosotros lo que dijiste en las bodas de Caná a los sirvientes que llevaban el agua de las abluciones: “Haced lo que El os diga”.

 

Concédenos a todos obedecer a tu Hijo Jesucristo, que todos hagamos lo que Jesús nos diga. Acompáñanos tú, Virgen María, en esta misión, lo mismo que tú, después de haber escuchado el Kerigma, el anuncio del ángel, fuiste corriendo a comunicar la noticia a Isabel, fuiste a su casa.

 

Te confiamos a aquellos hermanos que tienen más problemas; quítanos el miedo. Te lo pedimos todo esto con el saludo del ángel en Nazaret. Por eso todos aquí, ahora, levantando nuestros ojos a ti, te decimos:

 

DIOS TE SALVE, MARÍA, LLENA ERES DE GRACIA...”


 

[1] Que vivió en tiempo de los apóstoles, y mantuvo estrecha relación con ellos.