Virginidad.

En diversas religiones antiguas tenía la virginidad un valor sacro. Ciertas diosas (Anat, Artémide, Atenea) eran llamadas vírgenes, pero esto era para poner de relieve su eterna juventud, su floreciente vitalidad, su incorruptibilidad. Sólo la revelación cristiana había de mostrar en su plenitud el valor religioso de la virginidad, esbozada en el AT: la fidelidad en un amor exclusivo para Dios.

AT.

1. Esterilidad y virginidad.

En la perspectiva del pueblo de Dios, orientado hacia su acrecentamiento, la virginidad equivalía a la esterilidad, la cual era una humillación, un oprobio (Gén 30,23; 1Sa 1,11; Lc 1,25): la hija de Jefté, condenada a morir sin hijos, llora durante dos meses su “virginidad” (Jue 11,37), puesto que no tendrá participación en la recompensa (Sal 127,3), en la bendición (Sal 128,3-6) que es el fruto de las entrañas, sino en el oprobio (1Sa 1,11; Lc 1,25). Sin embargo, la virginidad anterior al matrimonio era apreciada (Gén 24,16; Jue 19,24); se ve, por ejemplo, que el sumo sacerdote (Lev 21,13s) e incluso el simple sacerdote (Ez 44,22; cf. Lev 21,7) no podían desposarse sino con una virgen; pero esto era por preocupación de pureza ritual en el terreno de la sexualidad (cf. Lev 12; 15), más que por estima de la virginidad en cuanto tal.

En el contexto de las promesas de la alianza es donde hay que buscar la verdadera preparación de la virginidad cristiana. Por la misteriosa economía de las mujeres estériles a las que vuelve fecundas quiere Dios mostrar que los portadores de las promesas no fueron suscitados por la vía normal de la fecundidad, sino por una intervención de su omnipotencia. La gratuidad de su elección se manifiesta en esta secreta preferencia otorgada a las mujeres estériles.

2. Continencia voluntaria.

Junto a esta corriente principal existen casos aislados en los que la continencia es voluntaria. Jeremías, por orden de Yahveh, debe renunciar al matrimonio (Jer 16,2), pero esto es sencillamente para anunciar con un acto simbólico la inminencia del castigo de Israel, donde mujeres y niños serán sacrificados (16,3ss.10-13). Los esenios viven en continencia, pero a esto son movidos, a lo que parece, por una preocupación de pureza legal.

Otros ejemplos tienen un valor más religioso: Judit, con su viudez voluntaria y su vida penitente (Jdt 8,4s; 16,22), merece ser como en otros tiempo Débora (Jue 5,7) la madre de su pueblo (Jdt 1'6,4.11.17), y con su género de vida prepara la común estima de la viudez y de la virginidad en el NT; Ana se niega a volverse a casar para adherirse más estrechamente al Señor (Lc 2,37); Juan Bautista prepara la venida del Mesías con una vida de asceta y osa ya llamarse amigo del esposo (Jn 3,29). 3. Los desposorios entre Dios y su pueblo. El Precursor se mcstraba así heredero de una tradición profética acerca de las nupcias entre Yahveh y su pueblo, que preparaba también la virginidad cristiana. En efecto, los profetas dan más de una vez el nombre de virgen a un país conquistado (Is 23,12; 47,1; Jer 46,11), en particular a Israel (Am 5,2; Is 37,23; Jer 14,17; Lam 1,15; 2,13), y esto lo hacen para deplorar la pérdida de su integridad territorial; pero también cuando el pueblo ha profanado la alianza lo apostrofa Jeremías como “la virgen Israel” (Jer 18,13), para recordarle cuál habría debido ser su fidelidad. También reaparece el mismo título en el contexto de la restauración, cuando Yahveh y su pueblo volverán a tener relaciones de amor y de fidelidad (Jer 31,4. 21).

Para Isaías (62,5) el matrimonio de un joven y de una virgen simboliza las nupcias mesiánicas entre Yahveh e Israel. Con sus exigencias exclusivas preparaba Dios a sus fieles a reservarle todo su amor.

NT.

A partir de Cristo la virgen Israel se llama la Iglesia. Los creyentes que quieren permanecer vírgenes participan de la virginidad de la Iglesia. La virginidad, realidad esencialmente escatológica, no adquirirá todo su sentido sino en el cumplimiento último de las nupcias mesiánicas.

1. La Iglesia virgen, esposa de Cristo.

Como en el AT, el tema de la virginidad converge paradójicamente con el de los desposorios: la unión de Cristo y de la Iglesia es una unión virginal que por otra parte simboliza el matrimonio. “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25). La Iglesia de Corinto fue prometida a Cristo, Pablo quiere presentársela como una virgen pura e inmaculada (2Cor 11,2; cf. tf 5,27): el Apóstol experimenta por ella los celos de Dios (2Cor 11, 2): no permitirá que se atente contra la integridad de su fe.

2. La virginidad de María.

En el punto de juntura de las dos Alianzas, en María, Hija de Sión, comienza a realizarse la virginidad de la Iglesia. La madre de Jesús es la única mujer del NT a quien se aplica, casi como un título, el nombre de virgen (Le 1,27; cf. Mt 1,23). Por su deseo de guardar la virginidad (cf. Lc 1,34) asumía la suerte de las mujeres privadas de hijos, pero lo que en otro tiempo era una humillación iba a convertirse para ella en una bendición (Le 1,48). Desde antes de la anunciación, María tenía intención de reservarse para Dios; había, sin embargo, aceptado la obligación del matrimonio como signo misterioso de la voluntad divina. Pero cuando el ángel le revela que será madre y virgen a la vez, comprende de repente la razón de tal orientación profunda de su vida; su vocación virginal le es revelada al mismo tiempo que la encarnación del Hijo de Dios, cuyo signo debe ser ella. En la virginidad de la que viene a ser la madre de Dios se realiza así la larga preparación de la virginidad en el AT. pero también la oración de las mujeres estériles hechas fecundas por intervención de Dios. En María aparece ya el sentido escatológico de la virginidad cristiana: ésta manifiesta la irrupción de un mundo nuevo en la historia.

3. La virginidad de los cristianos.

Jesús, que permaneció virgen como María, fue quien reveló el verdadero sentido y el carácter sobrenatural de la virginidad. Ésta no es un precepto (1Cor 7,25), sino un llamamiento personal de Dios, un carisma (7,7). “Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos” (Mt 19,12). Sólo el reino de los cielos justifica la virginidad cristiana; sólo comprenden este lenguaje aquellos a quienes les es dado (19,11).

Según Pablo la virginidad es superior al matrimonio porque es una entrega integral al Señor (1Cor 7,32-35): el hombre casado está dividido; los que permanecen vírgenes no tienen el corazón dividido, sino están consagrados enteramente a Cristo su preocupación son los asuntos del Señor y no se dejan distraer de esta continua atención.

La palabra de Cristo en Mt 19,12 (“por razón del reino de los cielos”) confiere a la virginidad su verdadera dimensión escatológica. Pablo estima que el estado de virginidad conviene “en razón de la aflicción presente” (1Cor 7,26) y del tiempo que apremia (7,29). La condición del matrimonio está ligada al tiempo presente, pero la figura de este mundo pasa (7,31). Los que permanecen vírgenes están despegados de este siglo. Como en la parábola (Mt 25,1.6) aguardan al esposo y el reino de los cielos. Su vida, revelación constante de la virginidad de la Iglesia, es también un testimonio de la no pertenencia de los cristianos a este mundo, un “signo” permanente de la tensión escatológica de la Iglesia, una anticipación del estado de resurrección en el que los que hayan sido juzgados dignos de tener parte en el mundo futuro serán semejantes a los ángeles, a los hijos de Dios (Lc 20,34ss p).

El estado de virginidad da por tanto excelentemente a conocer el verdadero semblante de la Iglesia. Los cristianos, como las vírgenes prudentes, van al encuentro de Cristo, su esposo, para tomar parte con él en el banquete nupcial (Mt 15,1-13). En la Jerusalén celestial todos los elegidos son llamados vírgenes (Ap 14,4) porque se han negado a la prostitución de la idolatría, pero sobre todo porque ahora están enteramente dados a Cristo: con una docilidad total “siguen al cordero a dondequiera que va” (cf. In 10,4. 27). Ahora pertenecen ya a la ciudad celestial, esposa del cordero (Ap 19,7.9; 21,9).

IGNACE DE LA POTTERIE