Sepultura.

Desde la prehistoria se observa el cuidado que ponen los hombres más primitivos en la sepultura de los difuntos. Este cuidado, bajo sus diversas formas, es un testimonio de la creencia en una cierta supervivencia del hombre más allá de la muerte.

1. En Israel, como entre sus vecinos, verse uno privado de sepultura se considera como una tremenda desgracia (Sal 79,3) Es uno de los castigos más temibles con que los profetas amenazan a los impíos (IRe 14,11ss; Jer 22,18-19).

Así el israelita pone gran cuidado en preparar su sepultura, a ejemplo de Abraham (Gén 23, relato de la fundación de la tumba de los patriarcas). El sepelio es el deber por excelencia de los hijos del difunto (Gén 25,8ss; 35,29; 50,12s; Tob 4, 3s; 6,15; 14,10ss). Es una prueba de piedad que incumbe al ejército en tiempo de guerra (IRe 11,15) y a todo israelita fiel (el libro de Tobías insiste en este deber: 1,17-20; 2,4-8; 12,12).

Los ritos del luto son muy complejos, y se hallan también en los pueblos vecinos: ayuno (1Sa 31,13; 2Sa 1,12; 3,35), rasgarse los vestidos (Gén 37,34; 2Sa 1,11; 3,31; 13, 31), vestirse de saco (Gén 37,34; 2Sa 3,31; 14,2; Ez 7,18), tonsura e incisiones (Am 8,10; Miq 1,16; Is 22,12; Jer 7,29; 16,6; 48,37; 49,3; esta práctica será vedada por Dt 14,1 y Lev 19,27s, sin duda porque tenía lugar en el culto de Baal), lamentaciones (2Sa 1, 12.17-27; 3,33s; 13,36; IRe 13,30; Am 5,16; Jer 22,18; 34,5). Estas diversas prácticas no son sólo manifestaciones de dolor; tienen un aspecto ritual, cuyo significado originario ignoramos (culto de los difuntos, protección contra sus maleficios...). En Israel, donde la fe yahvista excluye todo culto de los difuntos, estos ritos apuntan ante todo a procurar al difunto una condición apacible, “reuniéndolo con su pueblo” (Gén 25,8; 35,29), cuando se “acuesta con sus padres” (1Re 2,10; 11,43). 2. En los Evangelios, los contemporáneos de Jesús conservan los usos del AT para la sepultura (Mc 5,38; Jn 11,38-44).

Jesús no censura estos usos, ni siquiera cuando declara que el llamamiento a seguirle tiene la precedencia frente al deber sagrado de sepultar al padre (Mt 8,21s). Siente de antemano la ignominia de su muerte de condenado, privado de los honras fúnebres (Mc 14,8).

De hecho estas honras le serán tributadas por José de Arimatea a toda prisa, por razón de la proximidad de la fiesta (Mc 15,46s). Pero cuando las mujeres vayan la mañana de pascua a completar con una unción de perfumes esta sepultura precipitada (Mc 16,1s; en Jn 19,39s, el cuerpo de Jesús ha recibido ya esta unción la tarde de su muerte), oirán al ángel anunciarles: “Ha resucitado, no está aquí.” El uso tradicional de la sepultura cristiana de los difuntos en las catacumbas y en los cementerios (“dormitorios”: cf. 1Tes 4,13) tiene su fuente en estos relatos Se inspira en los honores tributados al cuerpo consagrado por la acción del Espíritu y todavía más en la esperanza abierta del día de pascua.