Peregrinación.

La peregrinación, practicada en la mayoría de las religiones, es una costumbre muy anterior a la redacción de la Biblia. Es un viaje de los fieles a un lugar consagrado, por una manifestación divina o por la actividad de un maestro religioso, para presentar allí su oración en un contexto especialmente favorable. Habitualmente la visita del lugar santo, que es el término de la peregrinación, se prepara con ritos de purificación y se lleva a cabo en una asamblea que manifiesta a los fieles la comunidad religiosa a que pertenecen. La peregrinación es así una búsqueda de Dios y un encuentro con él en un marco cultual.

AT.

1. A los antiguos santuarios.

Antes de la realización de la unidad de santuario por la reforma deuteronómica de Josías, se observa en Israel la existencia de numerosos centros de peregrinación, lugares sagrados ligados a la historia sagrada, en los que el pueblo va a buscar a su Dios.

La historia de los patriarcas sólo refiere una peregrinación propiamente dicha (Gén 35,1-7). Pero los narradores, al presentar las teofanías otorgadas a Abraham (Gén 12,6s en Siquem; 18,1 en Mambré), a Isaac(Gén 26,24 en Bersabee), a Jacob (Gén 28,12; 35,9 en Betel; 32,31 en Penuel), tratan de legitimar por el uso de los padres la adopción de santuarios cananeos. Explican las características de estos santuarios: sus altares (Gén 12,7s; 13,4; 26,25; 33, 20), sus estelas (Gén 28,18), sus árboles sagrados (Gén 12,6; 18,1; 21, 33)... Fundan los ritos que practican allí los peregrinos ulteriores: la invocación del nombre de Yahveh bajo diversos títulos (Gén 12,8; 13,4; 21,33; 33,20), las unciones con aceite (Gén 28,18; 25,14), las purificaciones (Gén 35,2ss), el diezmo (Gén 14,20; 28,22).

En lo sucesivo se observa la larga persistencia de las asambleas religiosas, y por tanto de las peregrinaciones; en santuarios de diversa importancia: Siquem (Jos 24,25; Jue 9,6; 1Re 12,1-9), Betel (1Sa 10,3 muestra allí peregrinos; 1Re 12,29ss; Am 5,5; 7,13), Bersabee (Am 5,5). Se ven aparecer también los santuarios de Efra (Jue 6,24) y de Sorea (Jue 13,19s), donde se conmemoran apariciones del ángel de Yahveh, el de Silo, donde reside el arca y donde se celebra cada año una fiesta de Yahveh (Jue 21,19): a esta fiesta “sube” sin duda Elcana con sus mujeres (1Sa 1,3). Los relatos antiguos refieren otras asambleas religiosas en Masfa (1Sa 7,5s), en Gilgal (1Sa 11, 15), en Gabaón (1Re 3,4), en Dan (1Re 12,29). Pero a partir de la introducción del arca en Jerusalén por David (2Sa 6) y de la construcción del templo de Salomón (1Re 5-8), las peregrinaciones a Jerusalén cobran importancia predominante (1 Re 12, 27).

Entonces hace ya mucho tiempo que los códigos antiguos de la alianza (yahvista: Éx 34,18-23; elohísta: Éx 23,14-17) prescriben a toda la población masculina presentarse tres veces al año delante del Señor Yahveh. Esta prescripción debe cumplirse en los diferentes santuarios del país con ocasión de las fiestas.

2. Al santuario único.

La reforma de Josías, esbozada por Ezequías (2Re 18,4.22; 2Par 29,31), suprime los santuarios locales y fija en Jerusalén la celebración de la pascua (2Re 23; 2Par 35) y de las otras dos fiestas de las semanas y de los tabernáculos (Dt 16,1-17). Trata así de reunir al pueblo delante de su Dios y de preservarlo de las contaminaciones idolátricas locales. Esta reforma vuelve sin duda a ponerse en cuestión a la muerte de Josías. Pero a la vuelta del exilio, el templo de Jerusalén es ya el santuario único. Allí es donde en las grandes fiestas del año acuden los peregrinos de toda Palestina y también de la dispersión, que comienza a extenderse. Los “salmos de las subidas” (Sal 120-134) expresan la oración y los sentimientos de los peregrinos: su afecto a la casa del Señor y a la ciudad santa, su fe, su adoración, su gozo de realizar en la asamblea litúrgica la comunión profunda del pueblo de Dios.

Esta experiencia frecuente en Israel da a la esperanza escatológica una representación impresionante: el día de la salvación (día del Señor) se concibe, conforme al ejemplo de las peregrinaciones, como la asamblea del pueblo y de los paganos finalmente reunidos (Is 2,2-5; 60; 66,18-21; Miq 7,12; Zac 14,16-19; Tob 13,11).

NT.

A primera vista, el NT no aporta ninguna novedad sobre este punto: Jesús, a los doce años, “sube” a Jerusalén con sus padres para obedecer a la ley (Lc 2,41s), y a todo lo largo de su misión “sube” todavía para las diferentes fiestas (Jn 2,13; 5,1; 7,14; 10,22s; 12,12); Pablo mismo, más de veinticinco años después de la cruz, tiene empeño en hacer la peregrinación de pentecostés (Hech 20,16; 24,11).

Pero Jesús anuncia la ruina del templo (Mc 13,2 p), y la repulsa de Israel consuma la ruptura entre la Iglesia y el judaísmo. Más aún: la resurrección de Jesús centra en adelante el culto de sus fieles en su persona glorificada, nuevo templo, y ya no en tal o cual lugar de la tierra (Jn 2,19-21; 4,21-23). Desde entonces la vida misma del pueblo de Dios se presenta como la verdadera peregrinación escatológica (2Cor 5,6ss; Heb 13,14). Esta peregrinación es también un éxodo guiado por el Señor Jesús (Hech 3,15; 5,31; Heb 2, 10); tiene por término realidades espirituales: la montaña de Sión, la Jerusalén celestial, la asamblea de los primogénitos que están inscritos en los cielos (Heb 12,22ss) y un templo que es “el Señor, Dios todopoderoso y el Cordero” (Ap 21, 22-26).

La Iglesia está demasiado vinculada a la historia para negar todo valor a las peregrinaciones a los lugares de la vida terrestre de Jesús o a los de sus manifestaciones en la vida de los santos: en estas reuniones en los lugares de la acción de Cristo ve una ocasión para los fieles de comulgar en la fe y en la oración; trata sobre todo de recordarles que están en camino hacia su Señor y bajo su guía.

AUGUSTIN GEORGE