Conciencia.

La voz “conciencia” recubre varios significados. Aquí no se trata del conocimiento íntimo que uno tiene de sí mismo (p.e. la conciencia de Cristo), ni del sentimiento que se experimenta de ciertos valores (atener conciencia de...”), sino de la facultad intuitiva por la que uno juzga un' acto puesto o por poner. Más que una ciencia teórica del bien y del mal, es el juicio práctico por el que uno declara que esto es (ha sido) para mí bueno o malo.

La Biblia no conoce palabra propia para designar la conciencia sino a partir del contacto con el medio griego. En efecto, syneidesis no aparece sino en Ecl 10,20 (foro interno) y en Sab 17,10 (testimonio interior de la impiedad). Ausente de los Evangelios, es empleada sobre todo por Pablo. Pero la realidad a que se refiere la palabra existe en toda la Biblia; esta realidad es la que permite apreciar la diferencia que separa el pensamiento paulino de la mentalidad helenística.

1. “Mi corazón no me reprocha nada.”

Cuando se puntualiza, la función de la conciencia se atribuye al corazón o a los riñones. “David sintió latir su corazón cuando hubo hecho el censo del pueblo, y dijo a Yahveh: He pecado gravemente al hacer esto” (2Sa 24,10); igualmente, cuando cortó la orla del manto del ungido del Señor (1Sa 24,6); o cuando se le dijo que podría pesarle haber derramado sangre (25,31). De golpe el remordimiento de la conciencia es asociado a la alianza concluida con el Señor. Es, en efecto, a los ojos de Yahveh que se aprecian los actos de los reyes (1Re 16,7), de Yahveh, que escudriña los riñones y los corazones (Jet 11,20; 17,10; Sal 7,10) y al que están presentes todas las acciones de los hombres (Sal 139,2).

Pero el juicio de la “conciencia” ¿deriva solamente de esta proximidad de Dios? El drama de Job parece ponerlo en tela de juicio. Job puedeclamar, frente a sus detractores, frente a Dios mismo, la pureza de su corazón: “Mantendré con firmeza mi justicia y no la negaré, no me ruboriza mi conciencia por uno solo de mis días” (Job 27,6), lo que se puede traducir libremente: “Mi corazón no me reprocha nada”; y sin embargo debe arrepentirse sobre el polvo y la ceniza (42,6). En efecto, por muy interiorizada que esté la conciencia, tiende a calibrar el misterio de Dios por el conocimiento que tiene de su voluntad expresada en la ley.

A diferencia de la justicia de Job, los fariseos, a los que condena Jesús, proyectaron la conciencia de su justicia en una práctica material de la ley. Jesús no trata de abolir la ley, sino que muestra que la pureza de intención debe regir su práctica; despeja la entrada de la conciencia, enseñando a juzgar según el corazón (Mt 15,1-20 p), gracias a un ojo sano (Lc 11,34ss), en presencia del Padre que ve en lo secreto (Mt 6, 4.6.18). Jesús, haciendo esto, prepara el advenimiento de una conciencia libre, para el día en que, con Pablo, la ley no será ya únicamente exterior al hombre, sino que hallará su sentido y su fuerza gracias al Espíritu infundido en los corazones.

2. La conciencia según Pablo.

a) La palabra syneidesis no fue tomada por Pablo de fuente alguna literaria ni de la filosofía estoica (el término está ausente de Epicteto, de Plutarco y de Marco Aurelio), sino del lenguaje religioso de la época. Debía expresar a sus ojos el juicio reflejo y autónomo que requería la noción bíblica de corazón. El paso de una noción a otra está sin duda indicado en el consejo que se da a Timoteo: “Promover el amor que procede de un corazón puro, de uná conciencia sana y de una fe sincera” (1Tim 1,5). El corazón, la conciencia y la fe son diversamente la fuente de la acción caritativa. Si la intención es recta, si la fe da una convicción sólida, entonces se habrá satisfecho a la conciencia. Así el cristiano obedece a la autoridad civil, “no sólo por temor del castigo, sino también por motivo de conciencia”, puesto que su fe le dice cómo esta autoridad “está al servicio de Dios” (Rom 13,4s). Así Pablo declara con frecuencia que estima su conciencia “irreprochable” (2Cor 1,12; cf. Hech 23,1; 24,16).

De aquí no se sigue que esta conciencia sea autónoma a la manera de los estoicos: para éstos, la conciencia es libre en virtud de la ciencia que se tiene de las leyes de la naturaleza. Para Pablo, el juicio de la conciencia está siempre sometido al de Dios: “Cierto que mi conciencia no me reprocha nada, pero no por eso estoy justificado; el que me juzga es el Señor” (1Cor 4,4). Sus afirmaciones de buena conciencia van ordinariamente acompañadas de la mención de Dios (2Cor 4,2) o del testimonio del Espíritu Santo (Rom 9,1). La conciencia es “teónoma”. Calificada de “buena” y de “pura”, está radicalmente iluminada por la fe auténtica (1Tim 1,5.19; 3,9; 4,1s; 2Tim 1,3; cf. Heb 13,18; 1Pe 3,16).

b) Así, el creyente llega a la perfecta libertad. Mientras que para los judíos la ley imponía la elección entre tal y tal manjar, entre tal y tal fiesta, para el cristiano “todo es puro” (Rom 14,20; Tit 1,15), “todo está permitido” (1Cor 6,12; 10,23). La fe ha dado la “ciencia” (8,1) que hace que se reconozca la bondad de toda criatura (3,21-23; 8,6; 10,25s). El cristiano que tiene una conciencia iluminada se halla, pues, liberado con respecto a las prescripciones rituales de la ley de Moisés: “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Cor 3,17), una “libertad que no depende del juicio de unaconciencia ajena” (1Cor 10,29). Su conciencia lo hace tan libre como el estoico, pero de otra manera y dentro de los límites que vamos a precisar.

Al adagio: “Todo está permitido”, añade Pablo en seguida: “pero no todo edifica” (1Cor 10,23). En efecto, puede surgir un conflicto entre dos conciencias que no se han desarrollado de la misma manera, en el mismo grado. A los ojos de ciertos creyentes son impuras las carnes consagradas a los ídolos; así pues, por razón de su convicción no deben comerlas: tal es el veredicto de su conciencia. El creyente que es “fuerte” (Rom 15,1) deberá hacer todo lo posible antes que hacer tropezar a su hermano que es todavía débil: “Deja de causar, por tu comida, la ruina de aquel por quien Cristo murió” (Rom 14,15). “Todo es puro, desde luego, pero resulta malo para quien, al comerlo, es con ello causa de tropiezo” (14,20; 1Cor 8,9-13). La ciencia debe, pues, ceder a la caridad fraterna.

La conciencia debe también limitar la libertad, por razón de la presencia divina que le da su sentido. “Todo está en mi poder”, repetía Pablo siguiendo a los corintios, y añadía: “pero no me entregaré al poder de nadie” (1Cor 6,12). Así no puedo unirme a una prostituta: mi cuerpo no me pertenece. La ciencia y la libertad están también en este caso limitadas por alguien que primeramente aparece como otro que yo, pero que poco a poco se revela en la fe como realizando el yo en verdad.

Así Pablo no se atiene a normas escritas, inalterables; lo que liga su conciencia es su relación con el Señor y con sus hermanos. Lo que él reconoce no es un marco rígido impuesto por una ley escrita, sino la relación flexible, pero mucho más apremiante, con la palabra del Señor y con los otros. Y ésta, por otra parte, no hace inútiles las leyes escritas, pero les quita el carácter absoluto que adoptan a veces a los ojos de los espíritus timoratos.

c) Pablo había sin duda reflexionado largo tiempo sobre la nueva libertad adquirida en Cristo, cuando en contacto con el mundo pagano, hizo la siguiente comprobación: “Cuando los gentiles que no tienen ley observan por instinto natural lo que ordena la ley, ellos mismos, a pesar de no tener ley, vienen a convertirse en ley para sí mismos. Ellos dan prueba de que la realidad de la Ley está grabada en su corazón, testificándolo su propia conciencia y los razonamientos que unas veces los acusan y otras los defienden” (Rom 2, 14s).

Esta afirmación, restituida a su contexto, significa que el juicio de Dios no versa sobre la ciencia del bien y del mal, sino sobre la práctica. Y ésta es determinada en última instancia no ya por la ley revelada, sino por la conciencia del bien y del mal: en ella se manifiesta la voluntad de Dios. Así Adán, después de haber desobedecido a Dios, tiene conciencia de su desnudez y huye de la faz de Dios (Gén 3, 8ss). Esto supone todavía, dice Pablo, que el proyecto de Dios está inscrito en el corazón de todo hombre, aun antes de que la revelación lo precise definitivamente. Aun cuando Dios no haya sido reconocido como creador (Rom 1,19ss), aunque no haya ley revelada, el hombre nace en diálogo con Dios y frente a la acción reacciona según el proyecto de Dios.

3. Conciencia purificada por el culto.

La carta a los Hebieos utiliza ordinariamente el término en un contexto sacrificial. Los sacrificios del AT no tenían “poder para hacer perfecto al adorador en su conciencia (Heb 9,9); de lo contrario, si los oficiantes de aquel culto no hubiesen tenido conciencia de pecado alguno, el culto habría cesado (10,2). En cambio, “la sangre de Cristo purifica nuestra conciencia de las obras muertas, a fin de que tributemos culto al Dios vivo” (9,14). Esta purificación se efectúa ahora en el bautismo (10,22), pues, según Pedro, el bautismo es el que procura “el compromiso con Dios de una buena conciencia, y ello por la resurrección de Jesucristo” (1Pe 3,21). En definitiva, sólo la sangre de Cristo y la resurrección hacen posible una conciencia pura.

XAVIER LÉON-DUFOUR